El idioma
de los toros
Nunca celebran corridas por el día del idioma. Pero deberían hacerlo,
creo… ¡Se dan por tantos motivos baladíes!
Deberían hacerlo, insisto, pues para bien o para mal esta tradición de
andar a la brega con los toros marca como ninguna otra nuestra lengua.
Palabras, giros, dichos, refranes, canciones, poesías, prosas, literatura en
todas las formas han puesto al toreo en el idioma, enriqueciéndolo,
ampliándolo, capacitándolo y a veces, digamos la verdad, hiriéndolo.
Y es que las corridas dan mucho de que hablar, aunque, claro, no todos,
mejor dicho ninguno, de los que lo hacemos podamos estar cerca de Cossío,
Hernández o Lorca.
Pues lo cierto es (confesémoslo), que… en el maravilloso y bronco mundo de los toros, regido por los hados de
la tauromaquia, los chavalillos que jugándose la vida sobre la pandereta dorada
del ruedo prenden rehiletes a los morrillos lustrosos de los bureles,
corren menos riesgo de dar contra los pitones, que de toparse a cada vuelta con
fanáticos del tópico, capaces de convertir en mantecoso y risible trabalenguas
cualquiera de sus hazaña.
También los hay, claro, quienes trasladados del fútbol, e ignorando el glosario,
por fuerza de necesidad se ven obligados a improvisar el propio, de resultas
que por lo menos en América no es insólito escuchar piezas radiales como… el torero de uniforme azul, tira la gorrita
para atrás y decidido a desempatar la corrida, avanza contra el toro cafecito
con leche que lo espera en el centro de la cancha.
“Una de las gracias mayores de las
corridas de toros es que... dan enormemente de qué hablar”, decía Ortega y
Gasset, y para sustentarlo suponía que quitáramos al habla hispana todas las
conversaciones taurinas de los últimos siglos e imagináramos el hueco enorme
que abriríamos.
Está bien, así es. ¡Pero las cosas que hay que oír! Y no me refiero
solamente al comentario de mi querida madre (antitaurina) cuando hace años, compungido yo y
en busca de un poco de comprensión, le informé sobre la trágica muerte de “Paquirri” en Pozoblanco; levantó la
cabeza del tejido, me miró espantada por sobre las gafas, y en tono de
reprimenda me reclamó --¿No le digo? ¡Eso
le pasa por andar molestando el pobre animalito con ese chuzo!
Bueno, pero más allá de cotidianidad, contrariedades, ignorancias y
cursilerías, las corridas han dado pié también a usos muy elegantes del
castellano. “Ese hombre del casino
provinciano que vio a Carancha recibir un
día...” por ejemplo, de Machado,
justifica toda una vida con una suerte.
Miguel Hernández la pasión: “Cómo el toro lo encuentra diminuto / todo
mi corazón desmesurado...” . García
Lorca “¡Oh blanco muro de España! /
¡Oh negro toro de pena!... el llanto por la sangre derramada en esa… “España del inútil coraje” que dijera Borges. Esa España creadora y
sustentadora de un rito anacrónico en el cual aún, según Diego, “Sobre la arena pálida
y amarga, / la vida es sombra, y el toreo sueño”.
Los toros y el toreo estuvieron en España mucho antes que el idioma
Español, o Castellano (auténtica denominación de origen), el cual cuando nació
debió aprender a nombrarlos, a describirlos, a cantarlos, a relatarlos. De allí
en adelante, juntos acometieron aventuras, cruzaron mares, conquistaron
tierras, dominaron pueblos, y aunque algunos países hispanos terminaran renegando,
execrando y extinguiendo los primeros, el idioma les continúa recordando su parentesco.
Por que donde se hable castellano, siempre, de una manera u otra, se hablará de
toros.
Publicado XII 2007, Revista "Faena" de Bogotá
Sencillamente.... excelente!
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